"Novela de ajedrez", otra maravilla del gran Stefan Zweig
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Novela de ajedrez", de Stefan Zweig
Aún entusiasmado con la lectura del Balzac de Stefan Zweig, recupero los apuntes que tomé en enero de 2003 de Novela de ajedrez, mi segunda lectura del gran austriaco, y pongo así fin a los asientos que, por el momento, he dedicado en estos días a la Joven Viena. Ardo ya en deseos, eso sí, de dar debida cuenta de Leporella, el único relato de Zweig que aún atesoro a la espera de su lectura. La traducción, para avivar aún más el fuego de tanto interés, se debe a Joan Fontcuberta. "¿Será el fotógrafo?", me empiezo a preguntar.
Si en Relato soñado, a mi juicio, gravitaba esa alerta ante las enfermedades venéreas expresada por el doctor Gerhard Venzmer en el artículo correspondiente de la Gran enciclopedia de la salud, en Novela de ajedrez -siempre en abstracto- va esa otra apuntada por Alejandro Gándara en Punto de fuga (1984) cuando escribe: "Hacer daño a los demás es una forma de conocerlos mejor". Con todo, si en los diez años transcurridos desde que leí está esplendida Novela de ajedrez, ha habido un texto que me la ha recordado por la genialidad de su asunto y de su prosa, ése ha sido Punto muerto, un relato de Barry Perowne incluido por Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo en su Antología de la literatura fantástica.
Como siempre, lo que sigue son los apuntes que tomé hace diez años, tras la lectura de esta otra maravilla del gran Zweig con las debidas adecuaciones:
Habiendo tenido noticia de que, a bordo del mismo barco que él, viaja el campeón del mundo de ajedrez, el narrador es puesto en antecedentes por una tercera persona sobre la singularidad del ajedrecista. Czentovicz, el tipo en cuestión, fue adoptado por el cura de su pueblo hasta que un día tuvo oportunidad de acabar satisfactoriamente una partida. A partir de entonces, apadrinado por la afición local, sus victorias prosiguieron imparables. Sin embargo, Czentovicz es un hombre tan dotado para el tablero como negado para cualquier otro tipo de actividad intelectual. Consciente de ello, cuando le conocemos, evita todo tipo de conversación.
Ardiendo en deseos de conocer a tan insólito personaje, el narrador comienza a jugar con otro pasajero: McConnor, un multimillonario escocés. Tan mal perdedor como engreído, cuando el escocés tiene noticia de quien es Czentovicz, no duda en poner la bolsa que éste exige para sentarse en el tablero frente a él. Así las cosas, cuando McConnor -ya dentro de una partida que el campeón disputa contra el escocés y varios aficionados simultáneamente- está a punto de hacer un movimiento, un personaje desconocido -el señor B- le corrige sin poderlo remediar. No obstante, aunque el entrometido se arrepiente inmediatamente, su consejo consigue que la cosa acabe en tablas. Es entonces, cuando, cuestionado por el narrador, se nos descubre la historia del señor B.
Se trata de un aristócrata austriaco que, en los años anteriores a la Anschluss -la incorporación de Austria a la Alemania de Hitler-, estuvo empleado en una gestoría familiar que se ocupaba de las propiedades de la corona y el clero. Siendo ambas un objeto de sumo interés para los nazis, colocaron a uno de sus agentes en el despacho. Finalmente, cuando entraron en Austria, el señor B fue detenido.
En lugar de ser sometido a las torturas clásicas y al cautiverio en el campo de concentración, nuestro hombre fue recluido en uno de los hoteles más lujosos de Viena -creo recordar-. Allí, sin la más mínima distracción, se le sometió a la tortura psicológica de ver pasar lentas las horas, sin tener si quiera noción del suceder de los días y las noches.
Sabiéndose ya de memoria el estampado del papel que recubre las paredes de su habitación, en uno de los interrogatorios, el señor B consigue robar un libro a uno de sus guardianes. Creyendo haber conseguido con ello la más sublime distracción, el señor B descubre desolado que se trata de un manual de ajedrez. Ello no impedirá que el cautivo se aprenda de memoria todas las jugadas que se explican en dichas páginas. Hasta el punto de perder la razón y ser internado en un hospital
Tras ganar a Czentovicz -por cierto, lo hace antes de referirnos su historia- acepta, en contra de lo que él mismo ha advertido antes de enfrentarse al campeón, un nuevo desafío. A medida que las jugadas van haciéndose más lentas, el señor B está a punto de perder la razón. Recuperándola en el último momento, se levanta de la mesa y anuncia que es la última vez que juega al ajedrez.
Seguro que hay algo en estas dos propuestas de entender el tablero que se me escapa. Pero, lo que más me ha llamado la atención de esta pequeña novela -nouvelle en ese preciso sentido que los franceses dan a la novela corta- es esa otra forma de tortura practicada por los nazis que nos presenta y su amenidad. Hay tanta que le sobra su división en capítulos o cualquier otro tipo de articulación. Un texto sin fisuras, compacto. La calidad de su asunto y de su prosa hacen del conjunto una obra maestra.
Publicado el 6 de agosto de 2013 a las 09:15.